El destino les tenía preparada
una sorpresa, sólo que ella aún no lo sabía. ¿Sería capaz de darse cuenta?
¿Lograrían capturarlo?
El día de Charlotte parecía
normal como cualquier otro, pero no lo era. Por una parte porque tenía una
importante entrevista de trabajo y por otro porque ese día el despertador había
decidido entrar en coma y no había cumplido con su función.
De no ser por los obreros de la
vecina Prescott que llevaban toda la semana despertándola antes de tiempo, ese
día se habría quedado dormida. Ya no tendría tiempo de desayunar, pero no
importaba porque tampoco tenía hambre, su estómago estaba cerrado y atenazado
por los nervios. Tendría que correr y aun así tal vez llegaría tarde, se subió
la falda al tiempo que se ponía los zapatos con demasiado tacón como para poder
correr, pero necesarios para tener el aspecto perfecto que había planeado. El pelo
era un desastre, pero ya no podría arreglarlo, así que desistió y se hizo un
moño lo más apretado posible; finalmente encontró un trozo de pizza de la noche
anterior y se lo metió a la boca mientras salía por la puerta arreglándose la
bufanda.
De acuerdo, ahora tenía tres
minutos para llegar a la parada de metro, algo que normalmente le llevaba cerca
de seis o siete, pero ese día no había otra opción. Respiró hondo, se caló el
bolso en el hombro y empezó a correr entre la gente con prisa que formaba un
mar ocupando la avenida.
Se sentía como un salmón contra
la corriente, la idea tonta la hizo reír y perder velocidad justo en el momento
preciso porque un hombre de tamaño enorme (de acuerdo, puede que el hombre
tuviese la estatura media y ella fuese bajita incluso con zapatos altos) con un
abrigo negro que parecía agrandar más sus hombros se chocó con ella, que de no
haber estado detenida habría dado con el trasero en el suelo. Giró enfadada,
con intención de decirle algo “Un lo siento habría estado bien”, pero sólo vio
un pelo oscuro y perfectamente peinado que comenzaba a rizarse a causa de la
humedad. Camuflado entre toda la gente vestida con colores que iban del gris al
negro pulcros. Se miró a si misma… tal vez se había pasado con los colores,
pero su falda verde era la que mejor estaba, al igual que su camisa de seda
color morado, los zapatos color crema eran sus favoritos y no se pondría otra
cosa, el abrigo… bueno era beige, tal vez podría cerrárselo y no desentonaría
tanto porque solo se le verían los zapatos de color similar. ¡La bufanda! Era de
color rojo, esa sí que no pegaba con nada… bueno, la intentaría meter apretada
dentro del bolso o no, ya vería que hacía, primero tenía que llegar.
Cuando se sentó en el metro habían
pasado cinco minutos, si aquel desconocido antipático no la hubiese
prácticamente atropellado con su tamaño de monovolumen familiar puede que se
hubiese ahorrado un par de minutos, vale… tal vez no era todo culpa suya,
también había perdido bastante tiempo asimilando que llevaba más colores encima
que el jardín de flores de la reina.
Solo dos paradas más y estaría
allí, sólo un poco más y llegaría con cinco minutos de retraso, tal vez un poco
más. Pero llegaría. Se distrajo poniendo caras a un bebé muy rubio y con los
ojos muy azules así que cuando escuchó el nombre de su parada se levantó de un
saltó para conseguir bajar. Sus preciosas medias de seda que tanto le había
costado comprar se engancharon a algo por detrás… por favor, seguro le había
salido una carrera. “¿Es que ese día se iban a complicar más las cosas?”
Subió corriendo las escaleras
mecánicas con miedo de caerse con los zapatos, pero había tanta gente que
probablemente nunca tocaría el suelo. Salió fuera esperanzada, si seguía
corriendo llegaría no muy tarde, porque con suerte el entrevistador se habría entretenido
con otros aspirantes como era normal y tendría unos minutos de regalo, aunque
teniendo en cuenta su penosa mañana comenzaba a dudarlo.
Al salir fuera una llovizna de
momento suave la abrazó y su pelo, queriendo revelarse como siempre saltó
suelto alrededor de su cara. “Genial, al llegar iba a tener un aspecto magnífico”
pensó con ironía. Borró todos esos pensamientos malos y corrió el último tramo.
Al llegar estaba bastante
empapada y no prestó mucha atención al antiguo y enorme edificio que tanto
había llamado su atención cuando estuvo allí la primera vez. Pasó de largo de
recepción y entró en el ascensor aunque tenía tanta adrenalina acumulada que
podría haber ido corriendo por las escaleras, aunque tuviese que ir hasta la
cuarta planta. Empezó a respirar para relajarse y miró a quienes iban allí, un
hombre y una mujer muy bien vestidos que ni siquiera repararon en ella por
estar enfrascados en una conversación poco productiva sobre el delicioso
desayuno que se iban a tomar, lo que hizo que le crujieran las tripas por el
hambre y otro hombre detrás de un periódico que soltó algo parecido a una risa
cuando oyó su barriga. Le miró enfadada pero solo pudo ver unas manos enormes y
preciosas, un cabello oscuro perfectamente peinado y hombros anchos. Lo que le
recordó al desconocido que casi la había arrollado, pero no, no podía ser.
La campanilla sonó anunciando su
piso y por fin pudo bajarse, miró la hora siete minutos, pero… allí no había nadie. Se acercó a la que suponía sería la secretaria
que leía con aburrimiento una famosa revista de moda que explicaría su elegante
estilo al vestir. La miró un momento y aunque no dijo nada, pudo imaginar que
tendría un aspecto bastante desastroso, pero no se amilano, le había costado
mucho llegar allí para ahora asustarse.
- Buenos días, vengo para la entrevista con el
señor Danste
- Las entrevistas acabaron hace cuatro minutos –
le respondió la elegante mujer sin prestarle mucha atención, “¿Es que acaso
todo el mundo era antipático esa mañana
- ¿Cómo? ¿Cuatro minutos? ¿Y no podría verme? He
tenido problemas para llegar aquí de lo contrario no lo habría hecho tarde… por
favor, es muy importante para mí.
- Lo siento mucho pero el señor Danster se ha
marchado a desayunar hace un momento, tal vez pueda conseguir concertar otra
cita.
Tras decir eso, la mujer volvió a
centrar sus ojos en la revista dando por zanjada la conversación. Le dieron
ganas de hacer una pataleta, de empezar a saltar y gritar muy fuerte como si
fuese una niña. Miró una vez más a la
antipática secretaria, se contuvo de ponerle caras y volvió al ascensor.
No podía ser, había perdido la
oportunidad de sus sueños, por la que tanto había luchado… incluso la carrera
de esa mañana había sido en vano. Y todo porque el estúpido despertador no
había querido despertarla. Tendría que volver a intentarlo, pero teniendo en
cuenta lo que le había costado la primera vez, sería muy difícil que le diese
otra oportunidad, sobre todo porque había perdido la primera sin justificación.
Salió desganada, llovía un poco
más fuerte pero ya no importaba. Caminó despacio hasta encontrar un lugar donde
comer, un KFC le vendría de maravilla, un poco de comida basura a media mañana
sería el cierre perfecto de un día que había comenzado horrible.
Luego de caminar unas cuantas
calles bajo la lluvia, esta vez disfrutando de ella y un poco del frío,
encontró un sitio donde poder comer, hizo cola para pedir y por fin se sentó. Había
un hombre en la mesa de detrás, pero no prestó mucha atención sólo quería
quitarse las medias mojadas que la estaban volviendo loca. Sabía que se moriría
de frío luego, pero no conocía sensación más extraña y fea que la de llevar
unas medias mojadas, y encima rotas. Tendría que haber pasado por el baño, pero
ya no lo había hecho y no iba a ir ahora con la comida. Haciendo un par de
movimientos discretos comenzó a bajarlas por pierna procurando disimular.
- No sé qué haces, pero el adolescente que está
dos mesas más allá está a punto de convertir en sopa de babas su hamburguesa.
Se sobresaltó al oír esa voz tan
gruesa y rasgada muy cerca de ella, pero además dirigió sus ojos a donde le
había dicho, tenía razón. Se quedó quieta, ahora si estaba incómoda, con las
medias a mitad de quitar, descalza y con un desconocido de voz sensual a su
espalda.
Lo dudó un momento pero
finalmente se giró, no sabía si se estaba volviendo loca o era producto de su imaginación
pero tenía una sensación extraña. El sintió su movimiento y también se movió,
casi se dan en las cabezas, ambos rieron, uno de los sonidos más increíbles que
había oído nunca, su estómago dio un vuelco y se puso nerviosa.
-
Lo siento y… gracias.
-
Tal vez no debería haber dicho nada, él parecía encantado
– dijo en tono simpático.
-
Demasiado joven para mí – bromeo ella y por fin
le miró. Todo el aire abandonó sus pulmones.
Era muy atractivo, tal vez no en
el sentido convencional ni tampoco como solían gustarle a ella, pero lo era. Con
unos ojos de color gris azulado increíbles que recorrían sus facciones de
manera curiosa, un poco de barba y… el pelo moreno perfectamente peinado…
-
Siento lo de esta mañana
-
¿Perdón?
-
El empujón, hoy en la avenida, llevaba prisa…
-
Pero… - sus ojos se abrieron desmesuradamente
Sabía que ese pelo le resultaba
familiar, estaba segura de que esa sensación de conocerle de siempre no
significaba que se estuviese volviendo loca. Lo había visto antes y tal vez
unas cuantas veces…
Pero… ¿Cuántas posibilidades hay
de que ocurra algo así en una gran ciudad?
Porque ella no sabe que no es el
primer día que lo ve, que el destino, la casualidad, la vida… llevan meses
queriendo juntarles. Hace dos meses entre las góndolas de su supermercado
habitual, quien se compró la última de sus chocolatinas favoritas en la tienda
del final de la calle, con el que se cruzó mientras corría el último sábado por
la mañana, el dueño del paraguas con el que se enredó el suyo en la avenida o
quien casualmente se levantó del banco del parque en el que ella se sentó a dar
de comer a los patos.
¿Cuántas posibilidades hay de que
esto ocurra en una ciudad que tiene más de ocho millones de personas? ¿Cuántas posibilidades
hay de reconocer un rostro desconocido entre un mar de personas? ¿Cuántas posibilidades
hay de conozcas a alguien en la gran ciudad en un día desastroso, vestida con
un montón de colores, bañada por la lluvia y con las medias a medio quitar?
J. J.