jueves, 27 de diciembre de 2012

Caballeros de papel.

Mis excéntricos héroes literarios tienen más poder y protagonismo que todos los caballeros andantes que han invadido mi vida real. Y ahí es donde radica el problema, el listón está muy alto, la barra de medida se rige por factores difíciles de cumplir, las expectativas son demasiado elevadas.

Supongo que por esa razón nadie ha sido capaz de moverme el suelo tanto como pueden llegar a hacerlo los personajes de algunos libros. Ellos son capaces de atravesar los muros invisibles tras la seguridad que resguardan unas cuantas líneas de realidades imaginara acabando con la mujer con complejo de nómada fugitiva autosuficiente



Jenn..*

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Preguntas curiosas sin mucho sentido.

Tras haber hablado con unas cuantas personas arbitrariamente en conversaciones que surgieron de la nada pero despertaron mi curiosidad y me llevaron a buscar, leer y analizar algunos artículos he podido ver que de manera general tanto hombres como mujeres nos fijamos en las manos cuando nos sentimos atraídos por alguien. ¿Por qué las manos? ¿Qué tienen de especial?

Se me ocurren unas cuantas posibilidades pero no sé cuál de ellas pueda ser realmente concluyente; por ejemplo: Porque son las que se encargarían de tocarnos de presentarse la posibilidad, porque dependiendo del estado en el que estén nos muestran la limpieza o cuidado propio de la persona (pero claro esto ya no es tan fiable a la hora de intentar convertirla en una variable dado que hay muchas profesiones que se las estropean sin remedio), porque nos enseñan la dureza, fuerza, delicadeza que posee una persona, porque son la que nos recogerán si caemos y nos sostendrán tanto hipotética como literalmente …

No lo sé, ninguna de las opciones me brinda una respuesta totalitaria que me aclare la duda. Muchas opciones me parecen acertadas y otras solo un grupo de palabras, por lo que esta es otra de esas preguntas que dejo en el aire por si alguien quiere responder o debatir. 


Jenn..*

martes, 4 de diciembre de 2012

Caminando en arenas movedizas.

Cuando era más pequeña solía preguntarme como podría saber si quería alguien, a mis padres, a mis amigos, a mis abuelos, por ejemplo. ¿Qué me demostraba que realmente les quería? ¿Qué era querer a alguien? ¿Sería yo capaz de hacerlo o tendría alguna especie de defecto de fábrica que me lo impidiese?

Entonces, conforme avanzaban los años, e iba recibiendo algún que otro golpe de la vida pude ir averiguando lo que significaba (al menos para mí) querer a alguien…

Empezando seguramente, por ese a veces no tan irracional miedo a la perdida. Ese temor que te eriza hasta lo más hondo con el simple hecho de pensar que esa o esas personas puedan llegar a faltarte algún. Esa horrible pérdida inmediata de toda magia cuando calibras la posibilidad de que su brillo se apague. Que una mañana te levantes y de repente sientas el vació de que todo se terminó, que no volverás a verle ni siquiera de casualidad por la ciudad o que no podrás llamarle por teléfono como mínimo. No hablo de la posibilidad de no poder entablar un contacto físico (un abrazo, un beso, etc.) porque a veces, las personas que queremos viven a miles de kilómetros de distancia, y eso no colabora a que duela menos o que puedas sentirles de forma más tenue, pero lo importante es que sabes que respiran y eso parece ser suficiente. 

Luego si continúo viendo están los sacrificios, esas cosas que no nos gustan o no nos apetece en absoluto hacer y sin embargo realizamos animadamente con la mayor de las sonrisas sólo porque somos conscientes de a que a la otra persona le gusta, y lo que es más, le gusta que a ti te guste o le gusta hacerlas contigo. Esa perezosa sensación de tener que despegarte de lo que estás haciendo y realmente te agrada para trasladarte a una situación que no te resulta atractiva en absoluto o tal vez en ese momento no te apetece, pero entonces… vuelve a surgir la magia cuando ves lo mucho que la otra persona disfruta de ello y de que estés ahí, y de repente el sacrificio deja de serlo en absoluto para transformarse en algo que te reconforta por dentro, esa deliciosa sensación de confort como si estuvieses en una cama mullida.

Lo que me lleva a la seguridad, valorar su seguridad por encima de todo. Descubres como de pronto deja de importante lo que a ti pueda llegar a dolerte algo física o mentalmente sólo por evitar que a ellos les duela. Ser consciente de que realmente cambiarías tu vida por la suya seguramente sin siquiera dudarlo o detenerte a reflexionarlo, porque lo que realmente te tranquiliza es que esté bien. Encontrarte totalmente cansado o tal vez incluso algo enfermo y que todo eso se olvide automáticamente para transformarse en una fuerza que no sabías que tenías que te hace perder consciencia de tu propio dolor en pos de apaciguar el suyo.  Esa extraña capacidad que te permite saber que serías totalmente capaz de doblar tus posibilidades convirtiéndote en una especie de superhéroe por protegerle.

Esa irrefrenable necesidad de que nada le toque, de que siempre esté feliz porque sabes que si se rompe tú acabarías partiéndote también. Es como una serie de sonrisas enganchadas, la suya hace que la tuya aparezca hasta casi sin querer. Sabes de sobra que serías capaz de tragarte tus propias lágrimas sólo por ser fuerte a su lado si fuese necesario, aunque luego te desarmes.  Y si por alguna estúpida razón eres el culpable de que esté mal todo tu interior se mete dentro de un pozo de una culpabilidad que se siente culpable y quema, que duele como si fueses tú el que ha sido dañado. Y entonces te tragas el orgullo junto todas esas concesiones tontas de no dar brazo a torcer porque sabes que es preferible agachar la cabeza antes de que perderle o causarle más daño. Por el contrario si alguien a quien quieres te daña a ti todo se siente más fuerte, incluso las frases más insignificantes dichas despectivamente duelen, cualquier daño suyo hiere más que otra cosa peor que puede harte una “persona x”

Realmente nunca me he llevado nada bien con esto de los sentimientos, es algo que me cuesta bastante interpretar y sobre todo teniendo en cuenta que hay mucha gente que los regala de mala calidad lo que me impide enormemente llegar a comprenderlos.  Aunque con el paso del tiempo puedo asegurar que voy tomando más noción de lo que implican, tal vez me cuesta un poco, pero con algo de detenimiento y análisis puedo asegurar que soy capaz de comprender que siento en cada situación y respecto a cada persona; que impulsos me mueven.

Y con respecto a las personas he de decir que soy bastante tonta, bastante crédula e ingenua. Suelo confiar demasiado como si aún estuviese dentro de un cuento de hadas creyendo que todo el mundo es bueno y nadie haría daño por beneficio propio, creo que me cuesta bastante medir lo cruel que pueden llegar a ser la gente en algunas circunstancias. Suelo tener una visión de mi misma como alguien más bien frío y poco sentimental, pero no creo que sea así, realmente creo que mi problema es llegar a expresar toda esa magia de estrellitas que me mueven las entrañas, me supone un gran esfuerzo sacar fuera toda esa “fragilidad” que hay dentro. Y cuando siento que alguien que me importa sufre me entorpezco, me endurezco y no sé qué hacer, entonces me comporto de forma tozuda, bruta y a veces hasta cruel. Olvidándonos de que pueda sentirme atacada, entonces las cosas se complican realmente, porque la fuerte armadura de fuera se apodera de lo que hay dentro y lo encierra apagando su luz y haciéndole desaparecer hasta que vuelva la calma y sea seguro dejarle salir.

Creo que me quedaría con una simple y tal vez algo peliculera conclusión: querer a alguien es algo irracional, algo que no atiende a consecuencias, concesiones o formas de pensar. Que se olvida de las debilidades, las distancias. Algo que no tiene control o conciencia, que puede llegar a ser totalmente absurdo y poco lógico.  Que te hace descubrirte haciendo cosas que no creías que fueses capaz de hacer mostrándote una persona diferente a la que eres normalmente o con el resto del mundo. Dominar estas situaciones de sentires sigue siendo todo un reto para mí, bueno, más que dominarlas, el reto, es hacerle entender al mundo lo que pasa por la cabeza de esta peculiar lluvia de verano que soy yo… aire caliente y gotas frías, la contradicción casi perfecta capaz de generar tempestades.  Mi cabeza es una tormenta a la que cuesta acercarse y creo que en estas líneas he hablado de más, e incluso me he ido bastante por las ramas; probablemente me arrepienta aunque espero tener valor suficiente para no borrarlo. 



Jenn..*