sábado, 10 de marzo de 2012

Nuestro pequeño árbol de moras

Echo de menos todos esos bonitos momentos convertidos ahora en recuerdos.

Las largas tardes montando en bici, las enormes casas en miniatura que construíamos ocupando la mayor parte del jardín que a nuestros ojos era interminable. Extraño las largas horas jugando a la escondida en los millones de lugares y recovecos que encontrábamos en los edificios o cuando nos lanzábamos por aquella cuesta que creíamos que era enorme en nuestros skates, aunque en eso de los “deportes extremos” nos convertimos en expertos al tirarnos y tirar muñecos por las escaleras dentro de una caja enorme de un televisor que alguno se había comprado. Quisiera volver a las tardes de verano en que recolectábamos todas las plantas y flores que encontrábamos para formar un restaurante enorme donde lo más grande y fantástico era la cocina. Me gustaría construir otra vez las interminables calles que hacíamos en la tierra para jugar con los coches o los comederos de cabeza que me creaba jugar a los maestros o las familias. Recuerdo lo mucho que nos costaba subir a merendar o cenar por qué no queríamos perdernos ni un solo segundo del animado juego. Extraño que hiciéramos un mundo enorme de cada pelea para minutos después buscarnos y volver a ser amigos por que nos aburríamos sin jugar. Recuerdo cuando encontramos aquel pajarito muerto y nos volvimos locos diseñando su precioso funeral y entierro con flores y ataúd incluidos o cuando aquella extraña tortuga apareció de la nada en el fondo de los jardines. La expectativa que creaba que llegasen vecinos nuevos, nos convertíamos en todo unos espías para averiguar si vendrían también niños y si serían buenos para jugar con ellos. Extraño las tardes en que nos convertíamos en súper héroes y corríamos alrededor de todos los edificios con nuestras mantas favoritas enrolladas en el cuello. Y también cuando el odioso perro de una de las vecinas estaba suelto y teníamos que correr para que no acabase mordiéndonos. Echo de menos comer moras de nuestro diminuto árbol. Adoro que no dejásemos crecer el césped de tanto que estábamos fuera o las quejas de los cascarrabias vecinos a los que les molestaban nuestros gritos de niño. Quisiera volver al: ¿Jennifer está? ¿Puede salir a jugar?.

Tengo que admitir que tanto como extraño todas éstas cosas me duele que hayan cambiado, cuando he vuelto a MI CASA después de años fuera, el lugar luce más pequeño de lo que lo veía antes, ya no hay niños corriendo por todas partes tardes enteras con lluvia, sol o viento y ahora la hierba verde y sana crece en todos lados. Se ve más bonito, hay que admitirlo… pero falta la vida que nosotros dábamos a ese lugar.

Bueno en definitiva me gustaría recuperar y volver a vivir todas aquellas maravillosas aventuras que hicieron de mi niñez el mejor recuerdo del mundo.


Jenn..*


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